Editorial informal de la III Fiesta Nuevaola80

Me reitero una vez más ante mis compañeros de web lo dificultoso que resulta diseccionar algo que, a modo de fiesta, no deja de ser un evento propio que sigue, rigurosamente, la línea independiente, no lucrativa y carente de otra pretensión que no sea pasarlo bien de aquella sin caer ni en la euforia ni en la petulancia. Seguramente es el precio que hay que pagar por la imprudencia de salir de un armario literario de todo a cien, aunque tengo la impresión de que la comodidad, tiene mucho que ver.

El pasado año, hicimos, al más puro estilo umbraliano, una especie de “spleen” amarillo en un afán de disuadir, tanto a nuestros detractores como a nuestros insignes aduladores, de la idea de que, globalmente, somos profesionales de la música, excepciones al margen, o de la prensa, igualmente excepciones al margen. También, lógicamente, le dedicamos unos párrafos a los músicos y a sus créditos, menos no podíamos hacer por alguien que es capaz de compartir su talento con unos aficionados, locos por la música, pero aficionados, lo cierto es que, a pesar de todo ello, sin quererlo y con la inestimable ayuda de los medios que nos citaron, acabamos, cual mofetas cuarentonas, desprendiendo cierto tufo nostálgico entiéndase en el sentido pesimista del término.

Hoy, con la perspectiva del tiempo transcurrido, creo que cabe reconocer que, utilizando la frivolidad, no cubrimos totalmente ese sentir, pero, sobre todo, no pusimos al descubierto la verdadera magnitud de lo que ocurrió ... este año me temo que tampoco va a poder ser.

Podríamos hablar de instinto de supervivencia, de implicaciones desinteresadas, de química, de reencuentros ... pero me temo que ello nos llevaría de nuevo a las andadas melancólicas por esa querencia mía a embriagarme con el vino peleón de la trascendencia que ingerí en los setenta y que no debo de haber eliminado todavía, es lo que tiene haber pertenecido, generacionalmente, a dos décadas antagónicas entre sí.

Así las cosas, toca coger de nuevo la vara lúdica que se nos supone a los nuevaoleros y medir, como no, la semblanza de los músicos con toda la benevolencia que requiere el caso, al fin y al cabo ellos son los actores principales de la “zarzuelilla” sin estricto guión que nosotros escribimos, no sin reconocer que ganas nos dan de hacer algún ripio con su vida pública, pero creo que no merece la pena inspirarnos en inquietudes “tomatiles”. Otra cosa será el día que cobren.
Aún medio dormido por mor de la siesta interrumpida a causa de las dichosas pruebas de sonido, Juanjo Valmorisco transmite profesionalidad y seriedad. No es de extrañar, por tanto, que con el resto de su banda, impecables ejecutantes, haya sabido alargar ese espíritu combativo de antaño. Sus canciones no huelen en absoluto a rancias y suenan excelentemente bien, entre otras cosas porque la savia nueva del bajista Tsunami les ha ayudado bastante.

Triunfaron como ya hicieran en el concierto del pasado Enero en El Sol. Obviamente, con actuaciones como esta no van a poder sustentar a la prole, lo cual no hace que los podamos catalogar de grandes, en todos los sentidos.
A Kikí (en privado me cuesta llamarla así), la vimos ilusionada desde los prologómenos, lo que nos hizo poner en solfa nuestras especulaciones acerca de su introversión, pero nuestras dudas quedaron disipadas y nuestras sospechas corroboradas en cuanto la vimos aparecer sobre el escenario acompañada de sus inseparables, uno más que otro, Sergio López de Haro y Antonio Pazos.

Maria José dio todo un recital de sensibilidad, buen gusto y mejor cantar. Es el triunfo simbiótico de ella y de unas magníficas canciones dotadas de una capacidad innata para hacer convivir el pasado y presente sin que se note.

Gran parte de culpa de lo que decimos la tiene Sergio y sus cualidades compositorias e instrumentales, lo que aprovechamos para revindicarlo ante los escépticos.
Si le hubiera dado a Iñaki por cantar “Olé” o “Mi vaca paca” de su época de Beatos, a buen seguro que sale a hombros por la puerta del Siroco, lo suyo fue de capote, muleta y espada, aunque viniera (elegantemente) vestido más para una ceremonia, quién sabe si la propia.

Tampoco, hay que decir en su descargo, es que fuera manca la cuadrilla que le acompañaba: el incombustible Patacho, el “enemigo” Fino Oyonarte y el “elegante” Carlos Hens ... ahí es nada.

Los Glutamato Yé-Yé, sumados, dieron todo un espectáculo de humor, irreverencia y hedonismo, ante la connivencia de un público que estaba por la labor, sin el más mínimo atisbo de irritación ni fatiga, algo, en suma, que no hubiera querido perderse ni la pata de pollo de Iñaki en caso de no formar parte de las reliquias del museo de las Hornadas Irritantes. Orejas, rabo, ovación de gala y el ferviente deseo de verlos de nuevo.

Para hablar de Jose Mari Guzmán, cabe la obligación de ponerse serios y de pie, no en vano es una (confesa) debilidad del que suscribe, siempre atento a sus proyectos anteriores a Cadillac o a sus discos en solitario; me costaba creer que estaba departiendo amigablemente antes del concierto con el autor de “Calles del viejo París” o “Sentados en un café”, temas que, por distintas razones, han decorado etapas de mi vida mucho mejor que el Ikea.

El es uno de los que mejor ha sabido tocar todos los palos del pop español, unas veces de forma genial y siempre con solvencia.

En unión de dos de los Cadillac originales, Eduardo Ramírez y Pedro Agustín Sánchez, y el apoyo instrumental de Estudio 80, dieron toda una lección de armonía vocal marca de la casa que sustenta su pop clásico, poniendo el pelo de punta con una versión casi a capella de “Perdí mi oportunidad”, todo un lujo que supo a poco.
¿Qué decir de nuestros dos grupos, uno de hecho y otro de cohecho, de la casa, Desconocidos y Estudio 80 que no sea que se pongan las botas de agua y se metan en el charco de los temas propios? ... no van a estar toda la vida levantando al personal con las impecables y aseadas versiones de lo más granado del pop patrio.
Calidad y rodaje no les falta ni a Juanito y a los suyos ni a José de Lucas, todo un docto de las rodajas vinílicas de la movida y con antecedentes discográficos, y los suyos, solo les falta proponérselo y se enterarán, en forma de crítica, de lo que vale un peine.

Como de costumbre, ambos hicieron cantar a propios, extraños y a una chica despistada que había en la primera fila a la que había traído engañada un amigo de Javi Bernal.

No es una casualidad, haber invertido el orden y que se haya quedado para el final, Bahía de Cochinos, grupo ganador de nuestro concurso de maquetas, que les tocó el complicado rol de abril un corral que, si bien no es del todo ajeno, si pienso que debe de imponer.

A ellos no les importó mucho, Bahía de Cochinos, han bebido de las fuentes de los 80, son frescos, actuales, correctos instrumentistas, tienen, sobre todo en su cantante, puesta en escena y canciones capaces de competir con las de otros músicos de su generación que suenan por ahí ... no son pocos avales por los que apostar. El futuro es suyo.

Sorprendieron y gustaron por igual.

No sabría discernir, antes de epilogar el alegato editorial (informal), si el mismo es corporativista, ridículo o si al final va a resultar que soy incapaz de deshacerme de esa aureola nostálgica a la que hacía referencia al principio, bien pensado quizá no este tan mal que ella, la nostalgia, sea solo un pretexto para seguir alargando la supervivencia con la diversión por bandera o un compendio de optimismo que se puede permitir la licencia de ocultar su lado oscuro e indeseable.
(A los que vinieron, que se lo bebieron, y a los que faltaron, que se lo perdieron).

Aurelio Sánchez