¿Pero qué fue realmente La Movida? Habría mucho que debatir y también mucha tela que cortar a la hora de definir lo que La Movida fue o dejó de ser en España. Y aún así nunca llegaríamos a aproximar posiciones entre los que llegaron a calificarla como “movimiento revolucionario”, “movimiento cultural” -ergo, por definición/exclusión: de contracultural nasti de plasti (que dirían Nazario, Mariscal y Farriol, los del cómic underground del 76)-, y aquellos -como Mac, el protagonista de mi relato- para los que solo fue libertinaje y cachondeo de Nerón.
Para algunos, los que pensaban -esa minoría que esperaba una reforma política más verdadera y no de tanto plexiglás- se redujo a manipulación política pura y dura, confusión interesada de las ansias de diversión y libertad de la juventud española de la época. Es decir: una “patada en los huevos” para toda la década anterior, la que trabajaba por un post-franquismo en libertad y democracia. Y lo terrible es que esa patada se la metía el socialismo triunfante -los sociatas- a la juventud entera y, más concretamente, a los de la izquierda que le quedaba a su izquierda, a “mis amigos con los que hice la revolución” -aquellos que Jimenez Gómez y Laina Estévez añoraban en su profética canción que después cantaría Topo y tararearían miriadas de muchachos de barrio a los que solo se dejó oler el humo del sándalo, el olor a humanidad, aquel sudorín de los conciertos y el fato del cuchillo jamonero. Porque fiesta hubo -y mucha- pero iba por barrios y no en todos -más bien en los menos- se comía jamón y se bebía Don Perignon y cubatas que no fuese de garrafón.
Sobre La Movida hubo -y se siguen generando- opiniones para todos los gustos. Entre “moda juvenil sazonada con drogas” de Camilo José Cela; “batiburrillo lúdico, cultural, industrial” de Ojea Pérez, periodista experto en la Movida viguesa; “únicamente fiesta, despendole, trasgo, telón y lúdico desastre” según escribió Antoñito de Villena en “Madrid ha muerto”, o “imbecilidad política”, definición recogida en el ensayo “La Movida Modernosa” firmado por José Luís Moreno-Ruiz. Aquí este menda se queda con esta última definición envenenada de Moreno-Ruiz, aun a sabiendas de que todo es relativo y depende del ángulo desde el que se mire y que no fue lo mismo La Movida vivida en el escenario como artista de tercera que como rutilante estrella y menos aun con la planificada en el despacho de dirección del teatro; nada o casi nada con la Movida que se intentó embridar en los despachos de un Ministerio y/o Concejalía -despachos de Agitación y Propaganda, en cualquier caso- y absolutamente nada con aquella movida emocional -ahora si, con minuscula- vista y vivida por los del patio de butacas y la que querían atisbar aquellos que -por circunstancias económico-sociales, básicamente- calentaron con el culo la dura bancada del gallinero y que después, como todos los fines de semana, tomando un cubata en un tugurio de mala muerte, se creyeron protagonistas de una década prodigiosa, los pobres.
Pero, además de las perspectivas emocionales e ideológicas, introduzcamos en el análisis otro elemento conflictivo como son fechas y periodos. Delimitar periodos históricos en los movimientos políticos, sociales o culturales siempre fue tarea ingente y pretensión desmedida, tan inútil como el tratar de ponerle puertas al campo. Aún así, historiadores y sesudos investigadores del humano acontecer lo intentan de continuo. Mucho indocumentado -o intoxicado por sobreinformación- insiste en que La Movida nació por generación espontanea, de un big bang o algo parecido, y que antes no hubo nada -nada de rock, nada de pop ni de folkie ni de cine ni de artes plásticas ni una miajita de poesía, por lo que no tendría sentido hablar de protomovida ni del festival Rocktiembre, ideado por Armando de Castro, guitarra de Coz, coordinado por Teddy Bautista y con 100 pretorianos muchachos del PCE ¿empezáis a entender? intentando mantener el orden mientras las bandas Cucharada, Coz, Leño, Mad y el mismo Bautista actuaban, un 22 de septiembre de 1978, en la plaza de toros de Carabanchel; y menos aún de las Primeras 15 Horas de Música Pop de Burgos, el mítico Festival de la Cochambre, celebrado el 5 de julio de 1975 en la plaza de toros de Burgos. Admitir este último evento como hito en la movida supondría ¡adiuro te, demon! que la protomovida castellano-leonesa sería tres años anterior a la madrileña, lo que al parecer no agrada nada a los adeptos etnocentristas -los del todo Madrid, nada sin Madrid- más que a los teóricos del movimiento que han querido centrarlo y enrocarlo en el centro de la nación misma. Para tal fin, algún listo dijo -y la basca/manada dio por bueno, por aclamación- que la Movida madrileña (y por consiguiente en España toda) había nacido por esporulación un 9 de febrero de 1980 con motivo del concierto organizado por la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid y difundido por la emisora Onda 2 de Radio Nacional para homenajear a Canito -José Enrique Cano, baterista de Tos, después Los Secretos, fallecido en accidente de carretera la última noche del año anterior- y que su acta de defunción -la de la Movida, no la de Canito- se expidió el día 17 de diciembre de 1.983 junto a la de los 81 fallecidos en la tragedia de la discoteca Alcalá 20. Algún díscolo prefiere cifrar la defunción de este movimiento juvenil el 10 de marzo de 1.985 cuando la sala Rock-Ola, sobre la que pesaba una más que añeja orden de cierre, chapa obligatoria y definitivamente tras la muerte de Demetrio Jesús Lefler, en un enfrentamiento entre mods y rockers. Otros -Moreno Ruiz es más partidario de ello- prefieren aplazar su exequias al último día del verano de 1986 cuando un tren -muy agitprop- unió en una especie de hermanamiento político-festivo-cultureta muy de vergüenza ajena a las Movidas madrileña y gallega, haciéndolas coincidir en Vigo, donde ambas recibirían pagana sepultura. El experimento -fallido, por supuesto, y más pero mucho más caro que una gaseosa- había sido de los socialistas Joaquín Leguina, presidente de la Comunidad de Madrid, y Manoel Soto Ferreiro, también a la sazón alcalde de Vigo. En la ocurrencia se gastaron -llevaban años gastándose- una tela pero quién dijo miedo. El PSOE manejaba entonces la caja pública, llena de repente de fondos europeos. Dejábamos la de Aquarius y entrabamos en la Era del Pesebre.
Puestos a filosofar y volviendo a las fechas, quiero indicar que todas las fechas anteriores, como hitos fronterizos, historicistas, escudo fácil de historiadores miedosos, me parecen aleatorias y absolutamente cuestionables por lo que -desde el día en que los historiadores modernos llegaron a asegurar que la Contracultura había nacido con el asesinato de JFK y otros que murió precisamente el día de ese magnicidio- no nos coincide ni una puta fecha. Lo cual viene de su primorosa madre al presente relato pues con ello pretendo teorizar -temerariamente, por supuesto- proponiendo otras fechas de nacimiento y muerte para la Movida salmantina con esa tranquilidad que da el no ser el primero en meter la pata y saber que tampoco seré el último en errar. Otra cagada mayor vendrá que os haga olvidar la mía.
La Movida salmantina -si es que alguna vez existió- pudo haber nacido o, de no ser así, inventarnos como fecha de nacimiento un 17 de marzo de 1.977 cuando, en el teatro del Juan del Enzina, sito en el sótano del edificio conocido como Anayita, sede de la facultad de Filología, con la connivencia de Pepe Tabernero, responsable entonces de Actividades Culturales de la Universidad, el impar Cipriano Alonso, copropietario y alma del bistró Santa Barbara (anticipo de un literario soma experimental club salmantino con el que algún día fabularé), y el incombustible Flores Hernández, el que fuese líder de Eva Rock, montaron un show que dejó patidifuso al personal que abarrotaba el auditorio de Filología.
Por aquellos tiempos, el Cipri, además de codearse con toda la pleyade de artistas y ejecutivos que movían la música en este país, jugaba con el cine experimental y en el día de autos -con dos cámaras: una de 8 y otra de súper 8- proyectaba en pantalla una película porno comprada en un mercadillo de pulgas francés donde un tío sexualmente bien dotado sacaba a una chica de un baúl, después aparecían intercaladas imágenes de King Kong en Nueva York, unas chicas en una playa desierta de Normandia besándose en la boca, dos locomotoras -de aquellas antiguas- chocando frontalmente, peces moviéndose tranquilamente por el fondo marino y, finalmente, el actor porno volviendo a meter a la chica en el baúl, en una especie de interminable historia de metáforas encadenadas. Y a todo esto, Flores Hernández poniendo el sonido de sus sintetizadores, ecualizadores, guitarra y demás cacharros de meter ruido, inspirado y espiritual como siempre después de fumarse unas flores, montando el numerito. Aquello -que sonaba a una especie de rock sinfónico, entre un Yes estupendísimo, un Pink Floyd de los primeros tiempos y un Tangerine Dream más actual- fue bautizado como música cosmocrística.
¿Que esa no fue la fecha de nacimiento de la Movida charra? Pues vale. Yo tampoco lo creo, pero no me dirán que el acontecimiento por creativo, hilarante, exótico y esotérico no merece ser escrito y recordado. A partir de ahí en la Movida salmantina pasarían muchas cosas; sobre todo fuga de cerebros. Porque aquí -y esto ya no es coña- también hubo mucha gente emprendedora y creativa, gente que soñaba y apostaba por una ciudad diferente. Casi diez años después, la noche del 10 de septiembre de 1.986, cuando La 2 de TVE y Radio Cadena Española retransmitieron en directo orbi et orbe -entonces en este país solo teníamos una televisión pública y un puñado de cadenas de radio- tras el espectacular concierto del grupo británico Talk Talk estallaría la traca del fin de fiesta. Antes, puntualiza El Cipri y yo anoto obediente: como finalistas del concurso “El Nuevo Pop Español” de Radio Cadena, habían actuado el grupo asturiano El Enano Copulador y los Espermatizoides Incontrolados. Y añado de mi cosecha: aquella noche la plaza Mayor de Salamanca se convertiría en la pira funeraria donde dejaríamos que aquella pequeña Movida de una capital de provincia muriese de éxito.
Sirva lo dicho para que el lector contextualice espacial y temporalmente -si de ello fuere capaz- esta historia novelada por un servidor donde lo único quizás más creíble, aparte de las drogas oficiosas y oficializadas -que Antonio Escohotado explica muy bien en la obra magna que presentó, defendió y publicitó en su día en nuestra ciudad- es el uso y abuso de la política-ficción. De aquellos polvos -y con ello no solo me refiero a las drogas y al sexo- otros dirán que tampoco fue toda la culpa ni tanto el abuso del que se acusó a aquella izquierda caviar que nos gobernó después pero si de que ahora nos hallemos en estos lodos tan globales. Lo cual nos permite seguir españoleando -vivan la marca españa y el político que la inventó- y echarle la culpa a la Globalización, que es recurso muy socorrido. La culpa siempre ha de ser de otros. No obstante, si algún día veis la/mi novela “Salamanca underground” en las librerías y sentís la tentación de comprarla y finalmente picáis y compráis -porque la nostalgia es muy traicionera y yo juego sucio- ¡ah, se siente!
Las reclamaciones, al maestro armero.
[Fuente: Daniel Cruz]
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